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Sentada en la mesa del comedor me doy cuenta de que me duele un pie. Sin más dilación, me dirijo rauda al armario donde se guardan las medicinas en esta casa. Después de media hora revolviendo en el maletín que hace las veces de botiquín, encuentro una pomada para los dolores musculares y una especie de muñequera pero para los pies. ¿Una piecera, tal vez?
Sin saber si esto es lo que le conviene a mi doliente pie, me precipito en lo que llamaré la pringosa tarea de untarme la crema en el pie y el posterior embutimiento en el susodicho vendaje. No es una tarea fácil, ya que lo que he convenido en llamar piecera, parece haber sido concebida para un pie talla 35, no uno talla 39, que es el que yo calzo. Una vez concluida la operación pie del desierto, satisfecha ante un trabajo bien hecho, me recuesto en el butacón de orejas. Viendo que el dolor no remite lo más mínimo, me piso a mi misma el pie indoloro, por aquello de la simetría y el equilibro corpóreo.
CARTA OFICIAL
Me congratula informarle que estando yo cómodamente sentada en una de las sillas que acompañan la mesa del comedor, haciendo de este un lugar agradable para las comidas y posteriores cenas, sentí un agudo pinchazo en mi pie derecho. Tan rápido como me fue posible, me dirigí al botiquín, que por supuesto cumple todas las normativas vigentes en temas de salubridad en el hogar dispuestas por el Ministerio de Sanidad. Tal como lo indican tales recomendaciones, los medicamentos están ordenados alfabéticamente así que no me fue difícil encontrar la ansiada pomada.
Tras comprobar que la fecha de caducidad no había sido rebasada, me dispuse a untarme la extremidad inferior con dicho ungüento. Tras haber hecho esto tres veces al día, esto es, cada 8 horas, tal como indica claramente el prospecto, me siento en el deber de informarle que el dolor ha remitido, como era de esperar, dada la eficacia del medicamento en cuestión.
HIPOCONDRÍACO
Estoy sintiendo un dolor punzante en mi pie derecho. Es tan profundo que creo que el dolor me llega hasta la última neurona del cerebro. Esta mañana, sin ir más lejos, he visto un documental en la televisión en el que un hombre al que le habían salido dos bultos en el trasero, había muerto días después con diagnóstico desconocido. Si me miró fijamente el pie, puedo ver dos bultitos incipientes. Tal vez, lo mejor sea ir de inmediato a urgencias. Esos bultos pueden ser los mismos bultos del hombre muerto de la tele.
Aunque es posible que me manden a casa en menos de cinco minutos, como hicieron la semana pasada. Menudos cabrones. Creía que me iba a morir del dolor tan intenso que sentía en el apéndice. Estaba claro que iba a morir de peritonitis si no me abrían de inmediato. ¿Cómo iba a saber yo que en vez de una apendicitis eran unos simples gases?
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23.7.07
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